Pinceladas de Carmín, eran su obra maestra, el centro de atención, la cúspide de la vista, un rojo entusiasta y apasionado, cubriendo sus carnosos labios, el sello de cera de un beso, en una piel, un rojo espeso. Carmín. Rojo como su vestido escotado y corto de lentejuelas. Rojo como el color de sus tacones.
Rojo como la firma de sus felaciones. Granate y Bermellón.
Siempre pensaba que Bizet se equivocó, y bastante. En vez de ir al norte fue al sur.
Camaleón adaptable de género confuso, pero de color carmín en la conjunción de ladrillos de su esquina.
Y así fue, como brotó una fuente carmín, cuando un grupo de hienas, jugaron al baseball con ella. Carmín. No habrá óperas, tal vez tres líneas en el 20 minutos. Carmín. Golpes de bate por acá, puñaladas por allí. Y clavó su pupila en mi pupila y sólo ví Carmín, tonto de mí, me cambié de lado con diferente resultado, pensé en Tarantino y volví a ser feliz.
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