Es curioso, como un niño, puede darse cuenta de la
importancia del vulgar transporte de moléculas gaseosas a través de una
membrana, fina y orgánica, que vulgarmente denominamos respiración.
Gunter era un niño muy peculiar, muy especial y muy poco
habitual. Su mundo era una bolsa de cartón con dos agujeros a nivel de sus
ojos, y unos orificios a nivel de las fosas nasales por los que respirar, pues
para él se había vuelto algo muy sensual y delicado desde un desafortunado
accidente con una bolsa de plástico. No obstante le gustaba jugar a los astronautas y limitar el nivel de oxígeno que a veces llegaba a su pequeño y frágil cuerpo; para él era una sensación de antigravedad mística, y la verdad es que esa luz que veía tras sus inmersiones en la asfixia, no le asustaba tanto como aquella de la que se protegía en su bolsa, que había matado a su abuela por algo llamado melanoma. Gunter sabía muy bien que no quería morir de la misma forma, y para ello asumió una medida en contra del nudismo que su difunta abuela trató de instaurar en la familia, su bolsa de cartón, eclipse de su peculiar anatomía, que usaba como almacén, ordenador y armadura. Conjuntando con su peculiar casco, se encontraban su camiseta negra de cuello de cisne y unos pantalones grises de rallas negras, que le daban cierto toque rocambolesco.
Los padres de Gunter trabajaban mucho para mantener la casa, a Gunter y a Electra, la hermana mayor de Gunter. El padre se dedicaba al negocio de la salud y de la muerte, era médico de flores, trataba de animar a las flores pochas y curar a las flores marchitas, pero no siempre se le daba bien su misión, momentos de mucha angustia y dolor en los que ofertaba counselling, y un velatorio y entierro dignos de la flor más hermosa. Era un profesional de lo que muchos llamaban “ikebana necrótico”.
La madre de Gunter, no obstante, tenía un empleo mucho más animado y de más contacto con el público... muchas veces se traía el trabajo a casa, trabajo en el que se relacionaba con personas de edades entre los 45 y los 65 años, que buscaban nuevas experiencias, nuevas sensaciones y sobretodo salir de la rutina más aburrida. Los clientes de la madre de Gunter, solían venir de uno en uno o de dos en dos, aunque raramente venían grupos. Cuándo preguntaban a Gunter en qué trabajaba su mamá, decía que ella recibía a sus clientes en el sótano, donde tenía su oficina, y allí todos jugaban con ella, hasta que los hacía llorar. A veces los más afortunados de sus clientes podían salir del sótano, y realizar actividades domésticas que según mamá, decía Gunter moviendo su bolsa de cartón animadamente, se morían por realizar tareas domésticas.
Así un día en el que Gunter entró a la cocina a beber un vaso de zumo de tomate, se encontró a un señor obeso desnudo con una máscara negra, que tenía una cremallera justo en la zona de la boca, unos orificios circulares mínimos a nivel de las órbitas y una cadena que rodeaba su cuello y acababa en la pata de la silla donde estaba sentada su madre. Número 133, que así se llamaba el cliente, ni se inmutó y siguió fregando los diferentes cacharros. Mamá tras decir a número 133, que era un aborto de foca antártica con cara de dromedario y que debía darse más prisa fregando, se levantó y preparó el zumo.
Continuará.