La reina sintió la escarcha, estiró las piernas lo que pudo, bostezó... y se volvío a sumergir en su trono de porcelana, de temperatura glaciar, ártica.
Iceberg de belleza, que dejaba ver sólo un pequeño porcentaje de su peculiar anatomía, bien oculta y subacuática.
No notaba dolor, no notaba nada, le costaba moverse, gesticular, la carga de su corona de frialdad, la paralizaba, congelaba y pasmaba.
Tiritaba en un extraño besamanos, su corte no era séquito, era una herida sangrante a nivel del muslo.
Sadik, la había castigado, no sabía cuanto tiempo llevaba prácticamente sumergida en ese agua tan fría. "Tienes suerte de haberme caído bien, a las que se quejan de ser hermosas las baño con ácido y sales de rosa". Allí estaba ella, sin poder hacer nada, ni casi pensar, con una armadura de madera impidiéndola salir. Oía gritos, Oía gemidos, Olía a limón y a lavanda, glu glus, gla glas y onomatopeyas varias de un edén líquido.
Trató de gritar, no pudo, trató de toser, le costaba, la estaban saliendo escamas y escaras de estar tanto tiempo en la misma postura.
Consiguió decir "Socorro", y una mano desconocida empujó su cabeza por el orificio del yugo de madera, y la introdujo en el agua, no se lo esperaba, tragó agua, sabía que era el fin, hacía toda la fuerza que podía pero era insuficiente, notaba la presión, insistía, hacía fuerza, gritaba bajo el agua hasta que se llenó entera de ella, y acabó su tragedia.
Pobre señor Sadik, ha perdido a otra miss, dijo un adolescente prepúber de rizados cabellos negros, con las manos mojadas, mostrando su desnudez. Pobre señor Sadik, menos mal que estoy yo para consolarle, dijo mientras se acariciaba la tupida entrepierna. El señor Sadik quiere a uno, y Ammon quiere al señor Sadik.
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