miércoles, 14 de marzo de 2012

II - El coleccionista de Sogas

todo el mundo tiene alguna aficción que no suele compartir con los demás congéneres de la sociedad en la que vive, por miedo a ser la oveja negra, en un rebaño de lobos con minifaldas de lana, así pensaba nuestro protagonista, hombre curtido en el cuero de mil duetos, hombre agitado en las piñatas humanas más diversas, ser lleno de nudos en la garganta, en cuerdas poco vocales, sonoramente hablando. Collares de mil y un tejidos, sábanas santas de cuellos rotos, klínex de cualquier textura, que secaban las lágrimas de sangre yugular de una pieza frágil de porcelana, ébano, o madera según la melanina del encaje.
Le gustaba ser la marioneta, la mascota, el titiritero, el amo, el yoyo, y el tutu, pocas veces el vosotros vosotros. Era un masaje violento, un crujir de vida, un sufrir de placer, un partir de dulzura, y un sentir de luz cálida. Perdía el conocimiento, no se le bajaba la erección. y tenía como recuerdos, de sus contactos con el más allá que pacá, filamentos entrelezados en vudús de sentimientos prohibidos.

Coleccionaba las gargantillas más variadas que se había puesto, pero también buscaba las joyas tiroideas, de cadáveres del siglo xvii, de Salem o de la Inquisición, pero con un beso dulce de fractura, y un último momento pensante mientras el riego cerebral se evaporaba hacia la felicidad más absoluta, parcialmente dolorosa.

Era un experto en hilos, en suturas y en manualidades.
En atar y en desatar.
ni Penélope con su telar, hacía y rehacía tantas veces su aracnoidótica obra.
el Punto P pasó a mejor vida, el con una cuerda daba un punto de sutura sin sutura, que supuraba orgasmos de dolor.
Costurero y Modisto, desde un trágico accidente nadie jamás le ha visto.
alfiletero actual de los gusanos más afilados, vudú con nombre de asfixia autoerótica.

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