En un reino de cristal, en un trono de marfil, en un corsé de que dirán, en un ritual cereo a la hora cero, en un universo de reflejos, en una jaula de agua marina, en una dieta asesina, en un hábito mortal. Verónica.
Un blanco crudeza cubría apolillado su delicado y fragil cuerpo, simbiosis de huesos, plástico y un conjunto de ropa interior, puzzle enigmático, títere de cuerdas rotas, encaje bordado en un muñón de seda fino, un lago negro, oscuro y opaco, un beso frío, suave y lento, una contractura gélida y hermosa de figurilla de cera, de cerámica entera.
un blanco crudeza que cubría su anémica superficie, una corona de espinas elevada en su cabello, ensangrentado pañuelo de pocos hilos y poca masa; toallas esparcidas a modo de orgía sobre la superficie de su hogar, de baldosas de mármol de Carrara... jaula de placeres espumantes, donde tenía su sobredosis de eméticos.
Tirada en cuerpo presente, en decúbito supino, se metía los dedos, se masturbaba y vomitaba, hacía el amor con su faringe, ante la mirada atónita de su masoquista glotis.
Ninfa doméstica eterea pero no hetero...más bien asexual.
Su habitación la atesoraba, bailaba, se bañaba, se peinaba, hasta que un día descubrió que podía ver a traves de su espejo, veía a alguien diferente, que no era ella, a caso estaba loca.. tal vez.
Princesa que tocaba el lavabo con su cetro, un rollo de papel, haciendo reverencias de clemencia, por la más siniestra inocencia, la belleza más cruel.
Se derrumbaba en el suelo, dispuesta a no salir hasta ser la flor delicada, que cada día se veía más grande... decidió consumirse hasta explotar, pero su ligero golpe contra la puerta, la rompió dos costillas, una tortura pleural.
Sentada en su trono, de pie, o de costado, pero siempre con la aguja marcando el ojalá, un peso pesado de alondra vespertina, sílfide viperina, venenosa a ella sin más...
Por eso ante el espejo, a oscuras y con una vela, di siete veces Verónica, con un cirio y un cabello dorado, seis velas de cera blanca y un cabello dorado, representan su pasado, la otra vela encendida, la da permiso a masticar, deja que devore, que se sacie, y que se atragante en un sepelio espectral, así el maldecido se sentirá digerido en el hambre más letal.
Brindis de cubiertos.
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