lunes, 23 de enero de 2012

0. el labrador de lápidas

acariciaba la fría superficie de su arte,
sentía la gelidez de la forma que tenía de ganarse la vida, con las yemas de sus dedos.
contemplaba la hermosura de los tonos grises.
era un filósofo existencialista, apreciaba el carpe diem, pero a menudo recapacitaba sobre los efectos secundarios de la dudosa máxima.
poseído en un trance místico de euforia, agonía y melancolía, creaba.
a golpe de cincel, rompía las alas de ángeles de granito, caídos del cielo de su imaginación.
a golpe de martillo, moldeaba su fisionomía, enclaustraba su anatomía, les otorgaba dignidad, emociones, creaba una máscara de piedra, venerada para muchos, venerea para los menos.
para él la muerte, era otra forma de arte.
dibujaba cruces de todas las formas.
inscribía letanías en todos los idiomas.
era el héroe de las plañideras, el consuelo del dolorido, el amor de los ataúdes, el carcelero de la tanatopraxia.
esculpía mausoleos, dibujaba requiescanes in pace, que RIP-eaban almas a ritmo de guadaña etérea.
lavaba con arena sus creaciones, las daba un tono sílice, geoquinéticamente hablando.
su mundo era un tablero de ajedrez, en el que diseñaba peones, reinas, y alfiles. de lado o de perfil.
sombra oscura e invisible en la realidad diaria de la no felicidad.
él no buscaba hechos, decoraba nichos.
él no abortaba diseños, decoraba abortos.
el pelo le olía a ciprés.
la voz le sonaba a requiem, pero en allegro fúnebre.
el sudor le sabía a incienso.
paladín de un campo santo de batalla, emergía de las profundidas y se sumergía en ellas.
diseñador clandestino, cuya pasarela no era La Cibeles, si no la Almudena.