sábado, 13 de abril de 2013

XX - Carrusel de Cadáveres VII "La Balanza de Némesis"

- Hoy hermanas, tenemos con nosotros a un hombre que quiere cambiar, o eso dice él, quiere cambiar, ¿no es gracioso?, quiere cambiar, ha tenido que romper la cara de su mujer seis veces para darse cuenta de que quiere cambiar. ¿Porque quieres cambiar no?. (Decía una mujer de pelo cobrizo, con un collar de jade sobre su pálida piel, con los pechos al descubierto, unos pechos blanquecinos y caídos, que daban paso a un vientre lleno de estrías y a un pareo pálido que recubría sus piernas)
- Sí, Señora, quiero cambiar. Decía un hombre desnudo, encadenado a dos columnas de granito por las muñecas, con la única protección de una funda de tela negra que cubría su cara.
- Si en verdad quieres cambiar te ayudaremos, somos comprensivos, estás en la balanza de Némesis. Planta Segunda, y de justicia. Como Fiscal Mayor de la planta, te acuso de maltratar a tu mujer, de atentar contra su vida, de cerdo y de machista, y de mentiroso. ¿Sigues queriendo cambiar?
- ME ARREPIENTO POR FAVOR, QUIERO CAMBIAR, AYUDADMEEE, LO SIENTO MUCHO.
- Alecto, por favor, no tortures con tus palabras a nuestro invitado, dijo otra mujer desde un asiento elevado, de blancos cabellos, arrugas en la piel y labios negros, con una maza de metal en su mano translúcida, hablaba con autoridad, envuelta en una tela negra.
- Disculpe su señoría, Jueza Hécate.
- Alboácil Tisífone, por favor haga pasar a la primera y única testigo.

Entre los barrotes de la jaula en la que estaba, podía ver como se desarrollaba el juicio, en la sala principal redondeada se encontraba la tribuna de la jueza, limítrofe con las columnas, cara con cara y con los asientos de la fiscal y del defensor. A un lado se encontraban las gradas del jurado, lleno de mujeres de todas las edades. A los pies del jurado se encontraban las jaulas de hombres desnudos dispuestos a ser juzgados por sus delitos. Él era uno de ellos.

Una vez sentada la mujer empezó a contar todos los maltratos, vejaciones y torturas a las que había estado sometida, hasta que fue rescatada por el circo de los horrores, en una visita con su familia. El hombre se sacudía diciendo cosas como "No fue así", "Nunca quise hacerla daño". Hasta que le pegaron una patada en las costillas.

Al no haber nadie que quisiera defenderle, se dejó al jurado amazónico deliberar. Tras unos pocos minutos Hipólita, la portavoz del jurado, una mujer robusta vestida sólo con un cinturón dio paso a la sentencia: "Dejaremos que cambie".
-Con este golpe de Maza, doy crédito a la sentencia, que se cumpla! - Dijo Hécate sonriendo. Cambiarás.

Fue entonces cuando todas las mujeres presentes, hicieron una fila, fueron a una sala adyacente una a una y cogieron un trozo de madera.
Llevaron al acusado a una zona de la sala en la que no había prestado atención, un círculo deprimido y negro, junto al que había dos anillas de metal, a las que encadenaron al acusado.

Amontonaron la leña, le echaron aceite por encima.
El acusado temblaba y gritaba, POR FAVORRR POR FAVORRR, NOOOO
Su mujer le dio un beso y le dijo, ¡Cariño por fin cambiarás!
Hécate portaba una antorcha, y dio paso a la sentencia.
- Cambiarás de la vida a la muerte, hemos cumplido tus deseos. Es un gran cambio, para un rastrero como tu.
Una llamarada dio paso a un allegro vivo de gritos. Un olor a cochinillo quemado impregnaba la sala.
Todas las mujeres bailaban, todas las mujeren reían.
-Circe te convertirá con su fuego, de cerdo machista a hombre de nuevo cantaban.
los gritos continuaban.
el alarido se fusionó con la llama. Era hermoso e infernal.
Hasta que paró de oírse la voz desgañitada y sólo se oía el aleteo del fuego.

Hécate alzó la antorcha y dijo, ahora que el cerdo ha cambiado y sus pecados ha expiado, Tisífone y Megara preparadlo, tenemos que alimentar a nuestra piara de cerdos enjaulados.

- O Dios no, O Dios no, yo nuncá pegué a mi mujer ¿qué hago aquí? No quiero comer a otro hombre, no por favorr.
- No te preocupes, le dijo una mujer, la polla después de arder es como una salchichita crujiente. Deliciosa.
- Bon Apetit, le dijo otra mujer que le pasaba un plato con carne negra y humeante que parecía ser un pie. A los que no comen se los comen los perros.
- Así fue como tragó y se atragantó y volvió a tragar. Y lloró de rabia y de impotencia.