jueves, 20 de diciembre de 2012

XIV - Carrusel de cadáveres II, "El Rascacielos de Obsidiana"

La doctora Esfenoides, yacía tirada en el suelo de mármol del despacho. Tras haber leído su identificación y haberla robado la ropa y la identidad, se dedicó a contemplar a  la mujer joven de piel blanca y rubia, y a su conjunto de ropa interior.
El despacho estaba decorado de forma elegante y relajante, por el alfeizar de la ventana, se podían contemplar unas rejas rojizas y en la pared posterior a la silla del despacho, un mapa de lo que parecía ser un rascacielos, "el rascacielos de obsidiana".
Tras estudiar el cuadro, amordazar y atar a la mujer con sus medias y su ropa interior, y comprobar que no hubiera cámaras en el despacho, se decidió a salir por la puerta.
Un pasillo gris, sombrío y de suelo verde pantanoso, recorría una trayectoria extraña, entre puertas de color negro, algunas con manillar, otras con cerraduras, algunas con número, otras con cadenas.
Es lo que tenía "el séptimo infierno". Avanzando por el pasillo no se encontraba con nadie, y siempre acababa en el dintel de la misma puerta, pintada de rosa y con una placa metálica que dictaba "Doctora Esfenoides".

Por más que retrocedía, giraba, avanzaba o se volvía, siempre volvía al punto de origen.
Había siete puertas en la pared opuesta a donde se encontraba el despacho del que había salido, y tres, sin contar la suya, en su mismo lado.

La puerta número 1, era de color negro y metálica, con espolones a lo largo de su superficie, y un manillar de color blanco.
Cuando giró el pomo de la puerta, se adentró en la sala, una habitación sombría y alargada, en la que costaba discernir que había debido a la falta de luz.
Tras buscar por la pared algo parecido a un interruptor, un clic dio paso a un amanecer.
Lo que vio a continuación causó una expresión de horror, un grito mudo, una profunda nausea.
Al lado de las paredes de la sala, había muebles que se extendían de un lado a otro, en los que había sabanas blancas con manchas rojizas e instrumentos metálicos de variadas formas sobre ellas.
Al fondo de la sala había una pizarra con anotaciones que no entendía en tiza blanca.
Lo que de verdad le impresionó, fue la mesa metálica alargada, con un grifo con sumidero en la cabeza, y la forma blanca que se contorsionaba bajo un níveo telar.
Se fijó en que la mesa estaba fija en el suelo por bloques de cemento, y se fijó también en las diversas formas extrañas, estáticas y grotescas, que había bajo las sábanas negras a lo largo de la habitación.
Se acercó despacio hacia la mesa cercana a la pizarra del fondo, siendo cada paso una búsqueda silenciosa, inquieta y voraz, cuya banda sonora eran los movimientos de la mesa.
Una vez que llegó, y tras pensar unos instantes, destapó lo que fuera que se movía.
Un joven de unos 16 años estaba desnudo, pálido de piel y de pelo negro y rizado, con una ligera barba incipiente, y una bola de plástico negra en la boca, sujeta por correas negras atadas en su nuca,
se movía tratando de liberarse de las cadenas de metal que le oprimían las muñecas, la cadera, y los tobillos.
Sus ojos verdes le miraban suplicando la libertad, pidiendo clemencia; sus hematomas purpúreos instigaban la compasión, su cuerpo desnudo le miraba también suplicando otro tipo de necesidades, pero se decantó por la primera.
 Fue hacia los muebles a coger algún utensilio que le permitiera liberarle de su prisión.
Tras examinar la siniestra colección elegió una sierra y unas brocas, y se dispuso a volver al altar donde estaba el joven.
Fue al pasar, por una de las figuras abstractas cubiertas en negro, cuando se cayó el manto oscuro y se liberó su contenido estomacal, tras una violenta arcada.
Un anciano, cuyo macizo facial parecía esculpido en piedra, apareció de las entrañas de lino negro. El hombre rígido como una figura de Pompeya, sólo movía los ojos, sin pestañear. Unos ojos, dilatados, hermosos y débiles, que susurraban miedo. Tenía cicatrices por todo el cuerpo desnudo, parecía una obra de taxidermia. Una baba se le caía por la barba cenicienta.
Recuperado del susto, del asco y tras comprobar que no hablaba, se dirigió a la mesa, donde tras varios intentos bricomaníacos, liberó al joven de sus cadenas.

- Ellos querían hacerme lo mismo que a mi comunidad, sollozaba el joven mientras movía una sábana y se la ajustaba a modo de túnica. Una sucesión de destapes, sollozos y nombres como: Elijah, Miriam, Silas, Edén.. galopaban simultanea y cronológicamente de la mano.
- ¿Cómo te llamas chico? ¿Cuántos años tienes?
- Tras conseguir parar de llorar, y levantar la cara con ojos llorosos, una voz quebrada dijo "Azazel" y tras otro sollozo "17"
- ¿Sabes si se pueden recuperar tus amigos Azazel? preguntó con una sonrisa que trataba de ser sosegada.
- No lo creo, vi como les abrían el craneo y les extirpaban partes del cerebro, que según oí, bajaron al "bleu palace". Tras esa intervención, los llevaban a otra sala de donde volvían ya rígidos, como figuras. Por lo que dijeron en "Tercio-a-pelo", en esta planta castigan nuestra soberbia.
El séptimo infierno, consume la soberbia, creando esculturas vivas que perduran un tiempo ilimitado, en un museo sin visitantes, cogiendo polvo, y perdiendo vida.
- ¿Pero que clase de sitio es esta torre? ¿Cuánto llevas aquí? y lo más importante ¿cómo salimos?
- Esta torre es la clínica oscura, la vigía inmaterial, el rascacielos de obsidiana, donde se tratan los pecados de las personas, las perturbaciones de la mente, y los daños al espíritu. No se cuanto llevo aquí, sólo sé que vine con mi comunidad al "Circo de los Horrores", y acabamos en "Tercio-a-pelo", fue entonces cuando se le fragmentó la voz, y empezó a llorar otra vez, moviéndose cuan balancín de alante a atrás, En esa planta nos obligaron a hacer... dijo antes de que un sollozo le cortara... cosas horribles. Cuando lady Amandei se dio cuenta, de que no eramos las marionetas perfectas que necesitaba en el "túmulo de seda", nos mandó aquí. Dijo antes de estallar bramando otra vez.

No sabría explicar cuanto tiempo pasó, cuanto tiempo estuve allí consolando al pobre llorón, pero siempre estaba pendiente de la puerta. Una vez que Azazel se calmó, se pusieron de nuevo en marcha. Y fue así, como llegaron a la puerta número dos, cercana y en la misma pared, que la puerta del despacho y que la puerta número 1. La madera de la nueva era púrpura. No había manillar pero si se empujaba se desplazaba silenciosa, abriéndose paso a un ambiente nuevo.

El suelo era de baldosas negras y amatista, el aire olía a limón, a lavanda, y se oían gritos, susurros, voces, suspiros, gemidos de dolor, gemidos de placer y gritos de entusiasmo. Tras seguir andando por un pasillo alargado, del que colgaban tapices de sirenas, una sala cuadrada llena de bañeras, piscinas, jacuzzis y duchas se mostró ante ellos.

"La mansión balneario es el retiro del cansado en la planta número siete" - avisó la megafonía.
"Se encuentra cercana a la puerta número 1, el taller museo de lobotomías, donde los soberbios se muestran a la nada" - continuaba la dichosa voz de mujer.
"La mansión balneario es un refugio para víctima y verdugo, puede ser cielo e infierno, siempre que el usuario sea humilde o no".

Unos pasos ligeros como de tacones empezaron a oirse, y al instante, un joven de piel oscura, con pantalones ceñidos de cuero y zapatos negros de tacón con pinchos de metal, y torso descubierto mostrando su musculatura, apareció ante ellos:

- Bonjouuuuuur! dijo gritando en éxtasis, vosotros debéis ser el joven Azazel y Llagas. Permitidme daos la bienvenida a la mansión balneario.

la cara de sorpresa y alerta extraña que apareció en sus rostros hizo seguir hablando al tercero en discordia.

¿Pero cómo sabía lo de LLagas? ese nombre...