viernes, 29 de marzo de 2013

XIX - La vida y milagros de Gunter

¿Quién es Gunter?


Es curioso, como un niño, puede darse cuenta de la importancia del vulgar transporte de moléculas gaseosas a través de una membrana, fina y orgánica, que vulgarmente denominamos respiración.
Gunter era un niño muy peculiar, muy especial y muy poco habitual. Su mundo era una bolsa de cartón con dos agujeros a nivel de sus ojos, y unos orificios a nivel de las fosas nasales por los que respirar, pues para él se había vuelto algo muy sensual y delicado desde un desafortunado accidente con una bolsa de plástico.

No obstante le gustaba jugar a los astronautas y limitar el nivel de oxígeno que a veces llegaba a su pequeño y frágil cuerpo; para él era una sensación de antigravedad mística, y la verdad es que esa luz que veía tras sus inmersiones en la asfixia, no le asustaba tanto como aquella de la que se protegía en su bolsa, que había matado a su abuela por algo llamado melanoma. Gunter sabía muy bien que no quería morir de la misma forma, y para ello asumió una medida en contra del nudismo que su difunta abuela trató de instaurar en la familia, su bolsa de cartón, eclipse de su peculiar anatomía, que usaba como almacén, ordenador y armadura. Conjuntando con su peculiar casco, se encontraban su camiseta negra de cuello de cisne y unos pantalones grises de rallas negras, que le daban cierto toque rocambolesco.

Los padres de Gunter trabajaban mucho para mantener la casa, a Gunter y a Electra, la hermana mayor de Gunter. El padre se dedicaba al negocio de la salud y de la muerte, era médico de flores, trataba de animar a las flores pochas y curar a las flores marchitas, pero no siempre se le daba bien su misión, momentos de mucha angustia y dolor en los que ofertaba counselling, y un velatorio y entierro dignos de la flor más hermosa. Era un profesional de lo que muchos llamaban “ikebana necrótico”.

La madre de Gunter, no obstante, tenía un empleo mucho más animado y de más contacto con el público... muchas veces se traía el trabajo a casa, trabajo en el que se relacionaba con personas de edades entre los 45 y los 65 años, que buscaban nuevas experiencias, nuevas sensaciones y sobretodo salir de la rutina más aburrida. Los clientes de la madre de Gunter, solían venir de uno en uno o de dos en dos, aunque raramente venían grupos. Cuándo preguntaban a Gunter en qué trabajaba su mamá, decía que ella recibía a sus clientes en el sótano, donde tenía su oficina, y allí todos jugaban con ella, hasta que los hacía llorar.
A veces los más afortunados de sus clientes podían salir del sótano, y realizar actividades domésticas que según mamá, decía Gunter moviendo su bolsa de cartón animadamente, se morían por realizar tareas domésticas.
Así un día en el que Gunter entró a la cocina a beber un vaso de zumo de tomate, se encontró a un señor obeso desnudo con una máscara negra, que tenía una cremallera justo en la zona de la boca, unos orificios circulares mínimos a nivel de las órbitas y una cadena que rodeaba su cuello y acababa en la pata de la silla donde estaba sentada su madre. Número 133, que así se llamaba el cliente, ni se inmutó y siguió fregando los diferentes cacharros. Mamá tras decir a número 133, que era un aborto de foca antártica con cara de dromedario y que debía darse más prisa fregando, se levantó y preparó el zumo.

 Continuará.

XVIII - Carrusel de Cadáveres VI - Frío baño de Humildad

La reina sintió la escarcha, estiró las piernas lo que pudo, bostezó... y se volvío a sumergir en su trono de porcelana, de temperatura glaciar, ártica.
Iceberg de belleza, que dejaba ver sólo un pequeño porcentaje de su peculiar anatomía, bien oculta y subacuática.
No notaba dolor, no notaba nada, le costaba moverse, gesticular, la carga de su corona de frialdad, la paralizaba, congelaba y pasmaba.
Tiritaba en un extraño besamanos, su corte no era séquito, era una herida sangrante a nivel del muslo.

Sadik, la había castigado, no sabía cuanto tiempo llevaba prácticamente sumergida en ese agua tan fría. "Tienes suerte de haberme caído bien, a las que se quejan de ser hermosas las baño con ácido y sales de rosa". Allí estaba ella, sin poder hacer nada, ni casi pensar, con una armadura de madera impidiéndola salir. Oía gritos, Oía gemidos, Olía a limón y a lavanda, glu glus, gla glas y onomatopeyas varias de un edén líquido.

Trató de gritar, no pudo, trató de toser, le costaba, la estaban saliendo escamas y escaras de estar tanto tiempo en la misma postura.

Consiguió decir "Socorro", y una mano desconocida empujó su cabeza por el orificio del yugo de madera, y la introdujo en el agua, no se lo esperaba, tragó agua, sabía que era el fin, hacía toda la fuerza que podía pero era insuficiente, notaba la presión, insistía, hacía fuerza, gritaba bajo el agua hasta que se llenó entera de ella, y acabó su tragedia.

Pobre señor Sadik, ha perdido a otra miss, dijo un adolescente prepúber de rizados cabellos negros, con las manos mojadas, mostrando su desnudez. Pobre señor Sadik, menos mal que estoy yo para consolarle, dijo mientras se acariciaba la tupida entrepierna. El señor Sadik quiere a uno, y Ammon quiere al señor Sadik.

XVII - Carrusel de Cadáveres V - Ecos, Susurros y Alaridos

Sabía que la observan, no sabía cuándo, pero sabía cómo... había cámaras en su casa, la vigilaban.
Muchas veces trataba de averiguar cómo, muchas trataba de saber por qué, pero sólo conseguía acabar con dolor de cabeza.
¿cuál podía ser el motivo? -pensaba mientras agitaba la cabeza de alante a atrás en un movimiento ondulante y mecánico.
Tenía miedo de que la descubrieran, era una elegida, alguien especial, podía oir a Baal, cosa que los demás no.
-Verónica, Verónica, Verónica, Verónica, Verónica, Verónica, Verónica, Verónica, Verónica - decía su maestro mientras la palpitaba el corazón de alegría.
- Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate
- No por favor, no me obligues, prometo hacerte caso, prometo hacer lo que quieras no me obligues, para, PARA, PARAAAA.
- Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate, Córtate.
Sus uñas se entrometían entre la carne del antebrazo delgado y pálido, despertando unas lágrimas viscosas, oscuras y carmesí, acompañadas de un grito de dolor, de un alarido de obediencia.
- Ya está, ya me he cortado, para por favor, PARA!!! - decía mientras percutía con las uñas las cuerdas tisulares de tan refinado violín.
- Verónica, Verónicaaaaa, Verónica - decía una voz cantarina - ¿Me harás caso Verónica? Sabemos que te graban. Lo sabes. Lo sé. Te ven, te oyen, Saben que estás aquí, te dejan hacerte daño, te dejan ante mi, eres mía, mi juguete, mi experimento (oía mientras veía como unos insectos repulsivos la recorrían las piernas desnudas por debajo del camisón etéreo).

Así era la realidad detrás de la puerta número 4, la sombra del Eco, dónde la belleza interior cobraba voz y voto, y se volvía peligrosa y terrible. La moqueta se manchó de sangre, Verónica se quedó inconsciente y quien miraba por la cámara en la puerta número 5, miraba y anotaba en un cuaderno rosa de Hello Kitty.

"Día 7 de Mayo, hoy Verónica estaba más intranquila de lo habitual, pobrecilla, vamos a tener que hacerla una lobotomía para ayudarla a alcanzar una perfección inmaterial, vegetal y caústica"

Miró a la botella de Cristal, a su contenido cítrico y amarillento, y se saboreó los labios con la lengua, le encantaba hacer lobotomías, luego conservaba en su cuarto, la puerta número 6, todos los trozos amputados en botes de formol de primera calidad, y tenía ya una gran colección.